Llevaba unos meses trabajando como montador de banquetes, personal de office y bodeguero en los servicios de eventos especiales. Había llegado un punto que mi situación se había estancado y acomodado a la vez. Siempre me rondaba la cabeza saltar al servicio. Pero hasta el momento no tenía decidido que la hostelería sería con lo que me ganaría la vida.
Este era un año de transición, acabé COU y la selectividad. No pude entrar en las carreras que me gustaban y decidí esperar un curso. Otro día contaré lo tirado en la cuneta que dejé a mi amigo Dani Benítez que tras estar en la misma situación que yo, le convencí para matricularnos en un ciclo superior de diagnóstico clínico.
Retomando la historia, sentía poco a poco que esto podría ser lo mío. Creo que el momento exacto en el que lo decidí, fue en la inauguración del restaurante Submarino del La Ciudad de las Artes y de las Ciencias.
Hasta el momento realicé trabajos de office y de montaje. Días antes el listero (persona que tradicionalmente se ha ocupado de llamara a los camareros extra) me propuso trabajar como camarero en este servicio.
Con urgencia me fui a comprar mi primer smoking. El mismo día del servicio acabé de preparar mesas auxiliares, barras, office, etc. Y me fui al vestuario a vestirme por primera vez “de romano” como decían los camarero veteranos.
Tras enfundarme en el uniforme, me peiné y con un ligero giro de muñecas me enderecé la pajarita mirándome al espejo. No pensé en nada. Mi sensación era de seguridad.
Pero en el instante en que comencé a andar el camino hacia lo más alto en el servicio, fue cuando Juan y Manolo, los dos camareros experimentados encargados de mi aprendizaje en sala durante las próximas semanas, me vieron salir del vestuario y dijeron casi al unísono que yo sería el futuro jefe de sala.
Me quedé impactado por la sinceridad que parecían tener sus palabras.
Ya no había vuelta atrás.
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